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viernes, 2 de diciembre de 2011

El sentido número 6


FUENTE: La Razón Edición Digital - Viernes, 2 de Diciembre de 2011

En los cursos de defensa personal real que impartimos, siempre hacemos mención a nuestros seguidores que es muy importante hacer caso de nuestras “corazonadas” o alarmas internas. Hasta este momento simplemente el tema de las alarmas internas parecía un mito pero aparentemente ya se encontró el fundamento científico:

La peripecia del parapsicólogo norteamericano Robert Morris, que visitó una casa que, supuestamente, albergaba fantasmas, y obligó a varios animales a entrar a la habitación donde años antes había ocurrido una tragedia. El perro gruñó al hacerlo; el gato sacó las uñas y bufó sin quitar la vista de un rincón; la serpiente cascabel adoptó postura de ataque al trasponer el umbral. Sólo la rata recorrió el cuarto sin alterarse.


También a esta curiosa detección de fantasmas que demostraron perro, gato y serpiente se le llamó “sexto sentido”.


Los estudiosos de las hormigas se admiran al ver de qué modo estos insectos son capaces de recorrer largos espacios y regresar a casa con una hoja a cuestas sin errar jamás el camino ni equivocarse de hormiguero. Algunos científicos dicen por eso que las hormigas tienen un “sexto sentido”. Tantas situaciones y tantos sujetos parecen desarrollar esa percepción especial que ya nadie cree seriamente en la existencia de aquel sentido que completaría la media docena.


Y, sin embargo, la ciencia se aproxima cada vez más a la afirmación de que el sexto sentido es una realidad y no una leyenda equívoca. Fácil resulta comprobar la existencia de los otros cinco sentidos. Lo que no puede exigirle nadie es que haga una exhibición convincente del sexto sentido. En primer lugar, porque aún no se sabe bien qué es. Y, en segundo lugar, porque todo indica que, de existir, sería independiente de la voluntad del usuario.


Hace casi 15 años (en abril de 1996) unos científicos gringos descubrieron que los seres humanos pueden percibir mensajes químicos. De acuerdo con sus experimentos, poseemos un órgano llamado vomeronasal (OVN) que nos permite captar (a algunos más que a otros, conviene aclararlo) los efluvios sexuales de la especie. Las feromonas, que así se llaman, explican la orientación geográfica de las hormigas y muchos otros fenómenos de la naturaleza, y podrían también justificar ciertas conductas humanas.


Según estos sabios, hace millones de años el homo sapiens, en su condición de mamífero superior (desde entonces hemos caído mucho), tenía altamente desarrollado el OVN. La comodidad y la vida sencilla disminuyeron su facultad hasta casi anularla. Pero, aún así, millones de personas conservan el don en estado latente, y ello explica actitudes como la de la esposa que pilla al marido tramposo gracias al órgano vomeronasal.


A esto han llamado sexto sentido, como ocurre siempre que no se sabe cómo entender ciertos comportamientos. Pero en realidad se trata apenas de un sutil aguzamiento del viejo sentido del olfato. En cambio, los exploradores del cerebro sí parecen acercarse a algo nuevo. En enero de 2005, un grupo de neurólogos encontró que cierta región del cerebro (la corteza cingulada anterior) emite mensajes de peligro ante situaciones extrañas.


Eso sí es un sexto sentido. El que te dice “vámonos de aquí que algo va a pasar”, el que hace que el obrero se mueva del sitio donde caerá la barra de hierro, el que alimenta las corazonadas certeras. Se trata, evidentemente, de una percepción ocasional e involuntaria que empieza a investigarse de manera científica. Nada de feromonas, que pertenecen al olfato, ni de fantasmas, que pertenecen a la imaginación. Por ahora se sabe poco sobre esta condición. Tan solo que los animales la tienen mucho más desarrollada que el hombre. Tal vez por aquella noche de 1965 quien saltó por la ventana no fue el ilustre Churchill sino su gato.

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